Llevo varios días dándole vueltas a mis propios sentimientos.
De forma arrolladora me ha invadido una tristeza que no entiendo, una sensación de pérdida, de no existencia, que me sorprende más cuanto más lo pienso...
¿Cómo es posible sentir tan cerca a alguien a quien no conozco? Tengo alguna imagen, muchas palabras... y algún que otro gesto. Con todo eso me construyo un personaje, le doy forma, lo moldeo, y el día que desaparece, lo echo de menos.
¿De dónde salen estas lágrimas con las que mi cuerpo me obsequia de la manera más inoportuna con tan solo pensar: ¡56 años!?
¿Por qué tengo esta sensación de injusticia por seguir viva? De no ser nadie, de querer disfrutar cada mínima cosa como un pequeño e íntimo homenaje hacia alguien cuya vida nunca se cruzó con la mía.
Ni siquiera ha sido verdaderamente una sorpresa: mi intuición me avisó, tan sólo unos días antes de que la realidad lo hiciera con el resto del mundo. Como suele ocurrir, no le hice demasiado caso. Tampoco me hubiera servido de nada.
Y ahora reflexiono, y me pregunto, me sorprendo, me observo e investigo a ver si soy capaz de descubrir de dónde viene esta pena...
Y descubro que hay algo mucho más grande de lo que puedo explicar, que hay algo que nos trasciende, que va más allá...
Hay un paso para la humanidad, una obra creada, una nueva forma de ser y de pensar...
Sólo un genio enamorado de su obra puede seguir trabajando en ella hasta el momento en el que deja de respirar.
Y esa es la respuesta a todas mis preguntas: estaba ahí desde el principio, y sólo ahora entiendo cómo me siento: Ahora sé lo que se siente cuando se muere un genio.